Estimados socios,
Ya duerme el verano en las hojas caídas, y el sol, que antes ardía en los viñedos, es ahora apenas un suspiro tibio entre las ramas quietas de los olivos. Después del verano, cuando el sol ya no quema, sino abraza, y la brisa llega con voz de hoja seca, comienza el viaje, el Aljarafe se despoja de excesos, y en su desnudez serena revela la hondura de lo vivido.
Las viñas enrojecen como si ardieran por dentro, los olivares se inclinan, sabios y silenciosos,
Las casas blancas aún resisten el frío con la memoria del calor en sus paredes, y en los pueblos —Villanueva del Ariscal, Villamanrique, Castilleja, Palomares, Umbrete, Gines…—respiran más despacio, como quien ha aprendido a escuchar, la vida se recoge en las plazas pequeñas, entre braseros, historias y miradas lentas.
Hay un rumor dorado en los caminos, un perfume de mosto y de tierra mojada, y el cielo, más cercano, se tiñe de cobre en las últimas horas del día. Es tiempo de quietud que no es tristeza, de fuego bajo en las cocinas y ventanas abiertas al olor del campo. Caminar en otoño es entender que la belleza no grita, que también el ocaso tiene su canto, así se viaja ahora por el Aljarafe: no como turista, sino como alma errante que entiende que el otoño también es belleza, y que el silencio tiene raíces en estos caminos gastados de historia y que hay viajes que no buscan destino, sino belleza.
“Me fui cuando el verano cerraba los párpados, cuando el sol ya no era filo, sino eco, un recuerdo tibio sobre la piel de la tarde, y llegué al Aljarafe cuando el otoño comenzaba a bordar los campos con hilos de sombra y cobre.
Todo era susurro. La vid, cansada de tanta luz, se deshacía en rojo, como si supiera llorar despacio.
Los olivos -viejos centinelas - temblaban apenas, mecidos por un aire que olía a mosto nuevo y a promesa de leña, las casas, blancas como el silencio, parecían esperar que alguien les contara un secreto al caer la tarde.
No hay prisa en este viaje, sólo pasos sobre tierra que cruje como verso viejo, miradas que se pierden en un horizonte que arde sin fuego, en un cielo que aprende a callar, todo invita a quedarse un poco más: el pan reciente, la siesta breve, el canto bajo de una campana perdida, el otoño en el Aljarafe no llega. Se posa, y uno, sin saberlo, también se queda.”
El desayuno lo traemos de casa, no hay parada para desayunar.
PRIMERA PARADA:
Villanueva del Ariscal
Aljarafe Sevillano, tierra de vinos…
Viajar a Villanueva del Ariscal es dejarse guiar por caminos dorados, donde las viñas se tienden como plegarias y el aire huele a mosto joven, a tierra que canta con cada vendimia.
El sol acaricia las torres blancas, las campanas despiertan la calma de los siglos, y las calles estrechas, encaladas, guardan la voz de generaciones que hicieron del vino un sacramento y de la amistad, un oficio eterno.
“Villanueva es abrazo de pueblo, es copa alzada entre amigos, es rumor de patios y zaguanes, es la sencillez de lo eterno que se esconde en lo pequeño. Llegar allí no es sólo viajar: es volver a la raíz, es sentir que el camino termina donde empieza la alegría.”
Una vez llegados a Villanueva, VISITAREMOS:
BODEGAS GONGORA
La bodega más antigua de Andalucía….
La Bodega Góngora de Villanueva del Ariscal está considerada la bodega más antigua del Aljarafe sevillano y de Andalucía, con orígenes documentados en el año 1682.
Desde entonces, ha mantenido una tradición ininterrumpida en la crianza de vinos generosos, convirtiéndose en un verdadero emblema histórico. Sus botas centenarias, sus lagares y su arquitectura conservan el sabor de siglos de dedicación al vino, siendo un referente no sólo en Sevilla sino en toda Andalucía.
Decana del vino en el Aljarafe, la más antigua, la primera, la que desde 1682 levanta su estirpe como faro inmortal de tradición y de gloria, sus botas centenarias guardan silencio de siglos, y en su hondura reposa la paciencia del tiempo, esa paciencia que convierte el mosto en oro, y el racimo humilde en herencia eterna.
Quien pisa sus lagares camina sobre la memoria, quien bebe tu vino saborea la voz de los ancestros, y quien alza su copa en tu honor se hermana con siglos de verdad.
“¡Oh, Góngora! La más antigua, ¡la que abre el libro del tiempo, la que enseña que en cada sorbo late el corazón del Aljarafe eterno!, eres historia hecha bodega, eres raíz que no marchita, orgullo de Villanueva, que en tu nombre proclama la grandeza de tu tierra.”
En el corazón de la marisma, donde el horizonte se confunde con el cielo, surge ARDEA PURPÚREA, casa blanca entre espejos de agua, refugio de calma y de memoria.
Allí, la vida discurre despacio, al ritmo secreto de la naturaleza, con el canto lejano de las aves y el murmullo antiguo del viento. Sus estancias son abrazo, sus patios, sosiego, y en su mesa se enciende la tierra transformada en sabores que saben a origen, a campo, a raíz, a marisma y a verdad.
Llegar a ARDEA PURPÚREA es abrir la puerta de la marisma y entrar en un mundo donde el silencio canta, entre reflejos de agua y aromas de tierra, como refugio del viajero que busca calma y autenticidad.
Allí, la naturaleza se sienta a la mesa: los sabores saben a raíz y a memoria, a fruto recién nacido, a vino que recoge el sol de Andalucía. Cada rincón es caricia de campo, cada estancia, un susurro de paz, cada mirada al horizonte, una oración que se eleva al cielo.
Y cuando el vuelo de la garza imperial roza los ojos del visitante, todo se convierte en prodigio:
el descanso, en ofrenda; el banquete, en celebración; la estancia, en recuerdo eterno.
“Ardea Purpúrea no es solo casa ni mesa: es templo de la naturaleza, es abrazo del sur, es poema vivo donde el viajero se encuentra, al fin, consigo mismo.”
Y si tienes alguna sugerencia de lugares que te gustaria que incluyésemos en las actividades, ¡envíanos un email!